Fue en 1966 cuando la Plaza de Toros La Florecita se inauguraba en la Avenida Santa Cruz del Monte 103 en Naucalpan, Estado de México. Fue el doctor Alberto Narváez Estrada quien, con el apoyo de su familia, dio vida a un escenario que se convirtió en un bastión taurino y lugar donde se dieron festejos y seriales que brindaron oportunidades a toreros que habían quedado en el olvido.
Con capacidad para aproximadamente 1,500 espectadores, La Florecita fue mucho más que un simple coso. Durante casi seis décadas, becerristas, novilleros y matadores con poca proyección encontraron ahí una oportunidad de reiniciar sus carreras. El distinguido promotor taurino Lalo Cuevas, de la Peña Taurina Don Difi, fue pionero en montar festejos en este recinto, rescatando toreros como Jorge Gutiérrez en la década de los 70, quien posteriormente se convertiría en una de las figuras más inconmensurables de la tauromaquia mexicana.
En la década de los 90, la empresa Acha y Quintana ofreció temporadas de calidad que dieron nueva vida a toreros como Jorge Benavides "Cúchares", Marcial Herce, Atanasio Velázquez —hasta antes de sufrir el accidente automovilístico que lo dejó postrado en una silla de ruedas— y Antonio Bricio, quienes lograron retomar impulso en sus carreras en ese escenario.
Desde 2023 se había anunciado que La Florecita sería demolida para dar paso a un desarrollo inmobiliario. El proyecto se retrasó hasta que el 20 de septiembre pasado se llevó a cabo un festival taurino donde los aficionados practicos Héctor Blanco e Iker Cue fueron los triunfadores, ambos saliendo a hombros en un festejo de despedida.
Hace apenas algunos días iniciaron los trabajos de demolición de esta icónica plaza de toros, perdiéndose así un escenario taurino que había mantenido activa la tradición torrera en el Estado de México ante la prohibición existente en la Ciudad de México, justificada —según las autoridades— en cambios al reglamento taurino por el tema del maltrato animal.
Entre los toreros que encontraron oportunidad en La Florecita destaca el debut de Fernando Ochoa en 1994, quien posteriormente se convertiría en matador de toros. Otros novilleros y matadores marginados encontraron en su ruedo una plataforma de lanzamiento para sus respectivas carreras, mientras que innumerables aficionados prácticos tuvieron la oportunidad de torear en su albero.
Con el cierre de La Florecita, el Estado de México pierde uno de sus últimos bastiones taurinos. De las plazas que quedan en la región del Valle de México, ahora sólo subsisten Santa Clara, San Pedro Xalostoc, Cinco Villas, San Pablo Tecalco y Ecatepec, que representan los últimos refugios de la fiesta brava en la zona conurbada capitalina.
La desaparición de La Florecita forma parte de una tendencia preocupante en la región. Anteriormente se perdieron otros emblemáticos cosos como la Plaza México que permanece cerrada. Con La Florecita sucumbiendo la afición capitalina se ve cada vez esta más limitada en sus opciones para presenciar la tauromaquia en el Valle de México.
El terreno será parte de un importante desarrollo urbano en la zona. La demolición marca el fin de una época dorada para la tauromaquia mexiquense, una era en la que pequeños cosos como La Florecita cumplían una función vital para mantener viva la tradición de los toros en territorios cercanos a la capital.