Alberto López Simón y el debutante Ginés Marín abandonaron a hombros ayer la Monumental en una de esas tardes facilonas de Pamplona en el que las orejas se reparten como un carrusel. Triunfalismo desbordado y desbordante que hacen que semejante premio pierda valor y que el peso de la feria en la temporada coquetee con la posverdad del toreo.
López Simón estuvo muy por debajo de sus dos toros y el doble premio de Ginés fue realmente excesivo a tenor de las condiciones del sexto y del peso específico de la faena.
Y es que donde realmente estuvo vibrante el extremeño fue con Forajido, el tercero de la tarde, un astado que traía en sus hechuras la pinta de un viejo Conde la Corte: pitones descarados al cielo y un perfil recortado inconfundible. Y fue un toro extraordinario, con alma de bravo y embestidas que exigían dominio, ciencia y entrega. Ginés Marín -pronto y en la mano- lo vio claro y comenzó de hinojos por alto pero al tercer muletazo bajó el estaquillador para proseguir en redondo. Le dio sitio y continuó con ajuste en dos series más hasta que llegó lo mejor de la faena, de la tarde y de lo que llevamos de feria: un prodigioso e inacabable cambio de mano abrochado con un natural lentísimo, arrastrando la muleta por el albero. Se detuvo la faena, el tumulto del sol y hasta se diría que el mismo tiempo. Ginés en su máxima expresión de elegancia, compás y sentimiento. Ginés en el aire del faenón de Madrid con la plaza de Pamplona a su pies. La mano izquierda no le acompañó como en Las Ventas y la muleta fue demasiado volandera. El toro empujaba encastado y era necesario someter para reducir. Lo logró a medias; pero su faena tuvo asiento y acento de figura. Se encasquilló con la espada y fue una pena porque las dos orejas hubieran sido más que justas.
El sexto de la tarde, del segundo hierro de Victoriano, fue noblón, apenas tuvo chispa e iba tras la muleta sin gracia ni codicia. Ginés estuvo variado, inteligente y supo aprovechar los viajes para torear sin obligar ni molestar al morlaco, que acudía a la muleta como un corderito a pesar de su seriedad y de sus dos pitones. La gran estocada que endilgó y la muerte sin puntilla entusiasmó al respetable que pidió la primera oreja con fuerza y con menos aliento la segunda. Pero la presidenta sacó el pañuelo....
Epicentro, el segundo de la corrida, fue un toro completo, bravísimo, de encastada nobleza y con una forma bellísima y emocionante de perseguir los vuelos de la muleta arrastrando el hocico por el ruedo. Desnudó a López Simón, que cortó una oreja por la grandísima estocada -ejecutada lentamente y exponiendo una barbaridad- pero que naufragó en la trabazón de su obra. López Simón fue cogido en la suerte suprema y zarandeado con violencia volando literalmente. La plaza, un día más se estremeció, y se le pidió la oreja con fuerza. Pero la realidad es que el torero de Barajas sólo lució en los compases iniciales de la faena haciendo pasar al toro a toda velocidad. Se descompuso al natural y cuando llegó el momento de tirar y reducir la embestida se mostró incapaz y la faena se vino literalmente abajo. Le salvó la espada y paradójicamente el serio volteretón. La oreja al quinto tuvo más que ver con el acero que con la acumulación de muletazos que ofreció. Pero así es Pamplona.
Castella tuvo un toro soso y otro más deslucido. Le cortó una orejita al primero.
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